Discurso íntegro pronunciado por el Licenciado Manuel Jesús Soberanis Ramírez, Juez Sexto Penal del Poder Judicial del Estado de Yucatán, en el “XCVII Aniversario de la entrada a la Ciudad de Mérida del General Salvador Alvarado”
Señor Víctor Sánchez Alvarez en representación de la Gobernadora Constitucional del Estado de Yucatán Ivonne Aracelly Ortega Pacheco.
Señor Presidente del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Yucatán, doctor Marcos Alejandro Celis Quintal,
Señor Presidente de la Junta de Gobierno y Coordinación Política del H. Congreso del Estado de Yucatán, licenciado Víctor Caballero Durán,
Señor Regidor del Municipio de Mérida, licenciado Julio Ávila Novelo, en representación del señor Presidente Municipal de Mérida,
Piloto Aviador Diplomado de Estado Mayor Aéreo, General Ángel Antonio Cabrera, en representación del Comandante de la Décima Región Militar,
Señor Presidente del Partido Socialista del Sureste, licenciado Luis Orlando Catzin Durán,
Señor orador representante del Partido Socialista del Sureste, licenciado Luis Antonio Victoria Solis,
Señoras y señores:
En primer lugar, me permito congratular porque hoy nos congrega un hecho histórico de la mayor importancia en el estado de Yucatán, pero también en todo el país: el 97 aniversario de la entrada a la ciudad de Mérida del general Salvador Alvarado. Como juez, como servidor público, pero sobre todo como yucateco, es para mí un honor poder hacer uso de la palabra en representación de los tres poderes del Estado en homenaje a uno de los hombres que más ha luchado por el progreso, la justicia social y el feminismo en Yucatán.
“La sublime religión del pensamiento está en avanzar, en volar alto, en mirar lejos, en ser fuerte, en ser grande.” Así describió su convicción por las reformas sociales y por la corriente revolucionaria don Salvador Alvarado, cuyo homenaje rendimos hoy en este estadio que lleva su nombre, donde recordamos a quien vivió trabajando por la Nación y también murió trabajando por ella.
Existen hombres en la historia que con su ideología y su liderazgo, trasponen las barreras del tiempo, derriban muros que pretenden servir de contención de sus ideas; y con el tiempo, su figura se agiganta. Uno de esos hombres es Salvador Alvarado, quien con profunda sensibilidad percibió el antagonismo existente entre los campesinos y las familias oligarcas, y entre las mujeres y los varones.
Nació el 16 de septiembre de 1880 en Culiacán, Sinaloa. Sin embargo, visualizó a Yucatán como un gran estado. Es más, estuvo tan convencido de ello que, pese a que no le tocó ser yucateco de nacimiento, aquí trajo la presencia del movimiento revolucionario y sus proyectos agrarios, de bienestar social y de desarrollo industrial. Así, pues, Yucatán recibió a Alvarado, y Alvarado nos devolvió un estado hecho instituciones sociales.
Un día como hoy, pero de 1915, el general Salvador Alvarado entró a esta ciudad de Mérida frente a 700 soldados con sus uniformes color caqui, rifles en mano y carrilleras cruzadas. El contingente avanzaba sobre las vías meridanas, recién pavimentadas por las últimas administraciones porfiristas, dirigido por el huach huach, imitación usada hasta la fecha en Yucatán para referirse a los no peninsulares, lo cual tiene su origen en el sonsonete de las suelas de las botas de las tropas de Alvarado cuando marchaban.[1] Con la presencia de Alvarado en Yucatán, la Revolución llegaba al Estado.
La llegada del general de división Salvador Alvarado como gobernador y comandante militar fue sin lugar a dudas un parteaguas en la historia de Yucatán. El estado de excepción decretado por la Revolución, le permitió, entre 1915 y 1917, no sólo gobernar con amplias facultades políticas, legislativas, económicas y militares, en medio de una relativa autonomía respecto de los poderes nacionales, sino inclusive intentar imponer un nuevo ordenamiento social.[2]
Consagró su intelecto, su espíritu y su vida entera a la incansable búsqueda de la justicia social por medio de instituciones públicas que encontraran en la dignidad humana el origen de su legitimidad.
Don Salvador convirtió la Comisión Reguladora del Mercado del Henequén en un poderoso instrumento estatal para reencauzar la producción y comercialización de esa fibra. Logró incrementar varias veces el precio del henequén, consiguiendo así cuantiosos recursos para el financiamiento del constitucionalismo y de su obra político-social.[3]
Como gobernador del Estado, promovió la organización de los trabajadores en sindicatos y los salarios fueron incrementados considerablemente. Al tiempo, estableció juntas de conciliación y arbitraje, mismas que constituyen un antecedente preconstitucional en el derecho del trabajo mexicano.[4]
Formador, porque la historia se lo demandaba. Reformador, porque su convicción se lo exigía. Estadista entrañable que supo encauzar la indignación que le provocaba el desprecio por la dignidad humana y por la vida en una incansable lucha por la justicia social.
Llevó a cabo una intensa política de moralización en Yucatán. Asímismo, impulsó el feminismo auspiciando dos congresos.[5]
La Primera Guerra Mundial y una ardua crisis económica como telón de fondo, fue el escenario en el cual inició su administración. No obstante, Alvarado estaba convencido de que para que los cambios sociales tuvieran permanencia, era necesario crear un nuevo orden sustentado en la educación básica pragmática, aplicada y comprometida con la sociedad. Su obra educativa fue sumamente amplia, sobre todo en los niveles de primaria, secundaria y capacitación técnica, enfocada primordialmente en las escuelas rurales. El 36% del total del gasto público se destinó a la educación. En su primer año de gobierno, la matrícula de estudiantes aumentó en 137% y el profesorado en casi 100%. Así, el 28 de mayo de 1915 expidió una ley en la que declaraba la educación laica y gratuita obligatoria para todos los menores de 21 años.[6]
Con la ley como fundamento exclusivo de todo poder, y con respeto a los demás como fuente de paz social, Salvador Alvarado luchó por un Estado social y democrático de Derecho, con cabida por igual para todos los habitantes de Yucatán y del país.
En cumplimiento del mandato del Decreto número 4 expedido por el entonces gobernador Elutelio Ávila, y que hasta entonces había quedado sin cumplimiento real, Alvarado ordenó la inmediata liberación de los peones del campo, en su inmensa mayoría indígenas mayas. También liberó a los empleados domésticos, prohibió la tutela y la curatela para que se les mantuviera arraigados y dispuso que todos los trabajadores despedidos por efecto de sus disposiciones debieran ser indemnizados de acuerdo con los años de antigüedad trabajados.[7]
A los pocos días de haber asumido la gubernatura llamó a todos los ciudadanos yucatecos por medio de la prensa a colaborar con su administración. Inclusive, apeló a sus opositores, a quienes les garantizó salvaguardar su vida y derechos de propiedad.[8]
Señoras y señores:
Si de alguna manera tuviéramos que caracterizar al derecho mexicano en el siglo XX, sería por la búsqueda de una justicia social, y aunque en ocasiones no se llegue a ella en la práctica, no por eso deja de ser uno de los valores fundamentales de nuestro sistema jurídico.
A los jueces de primera instancia nos está encomendada la primera línea de defensa de los valores y principios del Estado social y democrático de Derecho.
Nuestro más alto deber es la observancia de la dignidad de las personas a través de nuestras resoluciones judiciales, aportando así, desde nuestro compromiso, el empeño de lograr una sociedad más compasiva y comprensiva hacía las personas de condición más vulnerable.
El día de hoy que conmemoramos el 97 aniversario de su entrada a la ciudad de Mérida, recordemos con respeto -inspirados por su valentía, inteligencia y convicción- a quien merece los más dignos y altos honores, al general don Salvador Alvarado.
Muchas gracias
[1]Quezada, Sergio, Yucatán. Historia breve, preámbulo de Hernández, Alicia, 2da ed., El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, México, 2011, p. 186.
[2]Idem, p. 185.
[3]Casares G. Cantón, Raúl E., et. al., Yucatán en el tiempo, presentación de Zavala, Silvio, Inversiones Cares, México, 1988, t. I., p. 200.
[4]Idem.
[5]Casares G. Cantón, Raúl E..., op. cit., p. 199.
[6]Quezada, Sergio, op. cit., p.195.
[7]Idem. Quezada, Sergio, op. cit., p.191.
[8]Idem, p. 187.